Magia y alquimia de las ideas

Disquisiciones, comentarios, sabidurías, ignorancias y otras yerbas de un aprendiz de Druida casi treintañero que gusta de la reflexión tranquila de los asuntos de la vida.

martes, abril 25, 2006

DINK 1

Hace unos días leí en una revista digital el artículo que reproduzco previo al post y me llevó a hacer un comentario a ese artículo, comentario que fue seguramente censurado por el moderador pues no apareció. Entonces decidí publicarlo acá. Mis comentarios no se entienden sin leer el artículo original, del cual doy la dirección original y me guardo una copia por si deciden borrarlo en el futuro.

Dirección original:

http://soho.terra.com.co/soho/articuloView.jsp?id=4001

Reproducción "raw" del artículo:

CONTRA LA INFANCIA

La humanidad está condenada a vivir rodeada de niños, esos engendros bípedos destinados a robarnos la tranquilidad y reproducir nuestros defectos. No hay que ser Herodes para repetir con Leila Guerriero: no a los niños.

Por:Leila Guerriero

Empieza así: un bebé rubicundo, un entretejido de cartílagos transparentes con los omóplatos de una mariposa y las orejas de un elfo. Los dedos estambres finos y una sonrisa pura encía que enternece a madres, tías y abuelos. Un bebé. Algo un poco más acá del embrión, alimentado a leche y nanas para dormir, arropado del frío, protegido del sol. Un gajo de tres o cuatro kilos de carne, intocado por el alcohol y (con un poco de suerte) sin golpes. Un cerebro virgen de dudas, mala conciencia, traumas y pudores. Una tela en blanco donde papi y mami pueden pintar lo que quieren. Entonces, a veces, sigue así: papi y mami pintan la tela con sangre. O, simplemente, el bebé crece. Y empieza la infancia. Ese moridero. De la guirnalda de lugares comunes con que se adorna a la infancia -la ternura de los niños, su imaginación sin límites, su risa plural y contagiosa, sus dibujos espontáneos- no creo en ninguno. Donde otros adultos ven imaginación sin censura yo veo dibujos sin sentido; donde otros ven frases a las que otorgan la categoría de verdades reveladas, yo veo oraciones torpes dictadas por la ignorancia del idioma. Donde todos los padres ven genios, yo veo humanos a escala que, en su mayoría, serán señores y señoras comunes que no descubrirán el origen del universo ni escribirán la novela perfecta, que tendrán empleos anodinos y envejecerán viendo televisión junto a hijos perfectamente comunes en los que, a su vez, querrán ver a niños genios. El etcétera es eterno. No hay lugar en el mundo para tanto Einstein, pero todos creen que sí. En mi vida no hay niños: propios, prestados, ajenos, en custodia. La ausencia no es casual, sino deliberada: me crispan los niños caprichosos, no sé de qué hablar con los tímidos, me irritan los hiperestimulados a quienes se exhibe con el orgullo de obras perfectas ("Esteban tiene once años, ve películas de Woody Allen, y quiere ser DJ"), pero también, y sobre todo, no veo en la infancia (la propia, la ajena) nada encantador. En agosto pasado, en un vuelo entre Buenos Aires y Bariloche, una mujer y su beba viajaban detrás de mí. Cuando recliné mi butaca, la mujer me advirtió: "No te reclines, que estoy con la nena". Le hice caso y me dormí. Desperté sobresaltada por una turbulencia de hecatombe. Pensé que era el fin, pensé "Nos caemos". Pero a mi alrededor todos dormían y por la ventanilla se veía, plácido, el más prístino de los cielos: la única butaca espástica era la mía. El temblor venía de atrás. La pasajera -la sacrosanta madre- había puesto a saltar a su retoño sobre la mesa abatible. La niña gorjeaba de felicidad, y la madre daba grititos de aliento a la carne de su carne, a la luz de sus ojos, a su brote intocable. El mundo está repleto de madres así: hembras prepotentes cuyos hijos son -deben ser- hijos de todos. Hembras que saben que, para un adulto, no hay nada más impune que un niño ajeno. Que, ante ellos, los adultos somos nadie, nada: gente sin derecho a enojo. Las calles y las plazas de Buenos Aires, la ciudad donde vivo, están repletas de escenas cotidianas de Mundo Infantil: madres que caminan apuradas tironeando de un pequeño brazo rebelde unido a una cabeza que solloza porque no han querido comprarle la Cajita Feliz; padres divorciados que deambulan aburridos con un hijo en cada mano, intentando coagular en un fin de semana algo de felicidad familiar; adultos estresados porque el dinero no alcanza empujando carritos de niños que cuestan el salario mínimo de cualquier obrero. Los cines se hunden bajo el peso aterrador de infantes chillones que, con el rostro apretado como un puño, corean al héroe y abuchean al villano, inoculados con el virus que reza que el mundo es así -bipolar, blanco y negro- mientras la industria de las golosinas, la indumentaria y los juguetes mejoran sus esfuerzos para que esos pequeños corazones jugosos bombeen sobre sus padres, en partes iguales, amor y demandas, demandas y amor; amor y demandas, demandas y amor. Mundo Infantil no es un mundo rosa: fácil. Hay -debe haber- niños magníficos. Generosos, divertidos, discretos, inteligentes. Niños que son la luz de sus abuelos y el amor de sus tías: el lugar común en el que se apoya la creencia de que la infancia es la patria: la única que tenemos. Un tiempo feliz: el paraíso. Pero nadie habla de los niños perversos, pusilánimes, violentos, sibilinos. Nadie dice que la maldad, en la infancia, existe en estado puro: un veneno salvaje que mata lo que toca. Conocí, en mi colegio, a una persona de diez años llamada Victoria, de apellido noruego, que un día colocó sobre el escritorio de una maestra recién viuda la foto del marido recién muerto. El marido de la maestra había sido, también, el tío de la niña. La foto estaba decorada: Virginia había dibujado, sobre el rostro del hombre, dos cuernos enormes, rojos. Obscenos. Nadie recuerda cosas como esas. Nadie habla de los niños miserables. Nadie habla, tampoco, de los padres funestos. Hay estadísticas que enhebran niños golpeados, torturados, abusados, prostituidos, alquilados, quemados, rotos, obligados a trabajar y a tener sexo con su padre, su madre y otros adultos de la casa. Pero las estadísticas no se ocupan de conductas menores -gritos, humillaciones en público, introducción temprana del concepto de culpa, estimulación de valores como la sumisión y la obediencia-, porque esas son, más o menos, las conductas que todos los padres utilizan para educar a sus hijos. Nadie ve allí -en humillar, gritar o exigir obediencia absoluta- abuso de autoridad. Ahora -y siempre- padres y madres, con el derecho que confiere Perogrullo ("lo hacemos por tu bien"), visten a los niños a su antojo, les cortan el pelo sin consultar, los mandan a dormir cuando les viene en gana, eligen a sus amigos, les censuran libros y revistas. Y los niños, claro, confían a ciegas en que adultos con vidas tristes como felpudos, atravesadas por estrías de insatisfacción, pueden saber qué es bueno para ellos, pobres seres que no saben lo que hacen. La infancia (la propia, la ajena) es también por eso un mal: ser niño es estar, siempre, al final de la cadena alimenticia. No ser el predador, sino el predado. No quiero hijos. Nunca quise. Porque no -porque no-, pero también porque no quiero ejercer sobre un ser distinto de mí -independiente- lo que abomino en los tiranos: decidir en nombre de otro. Levantar el dedo, ejecutar sentencia: soy tu madre, lo hago por tu bien, sé lo que te conviene. ¿Cuánto coraje es necesario? ¿Cuánta sabiduría? ¿Cuánta perversión? Un padre -todo padre- es un dictador. El peor de todos: uno al que nadie cuestiona. Alguien con permiso para ser carcelero de la carne tierna: el hijo, un ser al que hay que lavar y vestir, acostar y arropar, encerrar por las noches. Proteger, aun contra su voluntad, de los peligros del lobo. La infancia es muchas cosas pero es, sobre todo, un tiempo en el que no se pueden elegir los riesgos. Sobre la cama matrimonial de la casa de mis padres, encuadrado y protegido por un vidrio, había un pergamino que recogía unas palabras de Khalil Gibran: "Tus hijos no son tus hijos. Son los hijos de la Vida que tienen todavía por vivir. Ellos ven el día a través de ti, pero no a partir de ti. Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, pues ellos tienen pensamientos propios. Puedes albergar sus cuerpos, pero no sus almas". La trinidad formada por el profeta árabe, el pergamino falso y la cama progenitora me hizo pensar que la cosa iba en serio: que esas palabras eran una declaración de principios y que ellos -mis padres- creían en esa libertad. Yo no tenía más de once años cuando una noche regresé a casa demasiado -demasiado- tarde, la cara manchada de barro y de placer, toda sonrisas. Había elegido quedarme fuera, lejos, jugando: era mi vida: yo no era la hija de nadie. Lo decía el cuadrito en la pared. Pero esa noche, en casa, los adultos estaban furiosos: encendidos. Tardé años en olvidar aquella noche, y años en entender lo que era obvio: los padres no siempre -casi nunca- creen en aquello que proclaman. Si pudiera volver a aquellos días -si pudiera mirar a la niña que fui- le diría que la infancia no dura para siempre, y le mostraría el sitio donde yace, espléndido, el cadáver de la suya. Le diría que años más tarde, una noche de sábado en un verano del sur, avanzará en medio de un océano de cuerpos hacia el sitio exacto donde Eddie Vedder canta Even Flow. Le diría que llegará a metros del escenario, allí donde las olas de carne se lanzan unas contra otras, y que cantará hasta quedarse muda en medio de golpes y empujones, y que envuelta en los brazos que hace diez años que sudan con los suyos pensará que esto, así, es el fin de la infancia: los cuerpos mojados y la fiera ternura y el resplandor de esa violencia suave. Elegir el peligro y saber ser, también, el lobo. Ser libre. Ser adulta. Esa felicidad.


Mis comentarios:

Vamos por partes, como dijera Jack el Destripador.

1. “Un gajo de tres o cuatro kilos de carne”...

¿Y vos qué sos, un gajo de 60 kilos de carne?

2. “la guirnalda de lugares comunes”

es un problema de los adultos, no de los niños. Y si, es innegable que tu visión es más objetiva que la del progenitor promedio.

3. “me crispan los niños caprichosos”

A mi también me crispaban hasta que alguien me hizo dar cuenta de lo siguiente: existen tres tipos de adultos en base a tres tipos de reacciones de los padres frente al llanto de sus hijos: pedantes, normales y reprimidos. Si un padre evita el llanto de su hijo dándole todos los gustos obtenés un adulto pedante. Si le pega para que no llore, obtenés un adulto reprimido que puede terminar en un Hitler o un Videla. Si lo dejás llorar, pero sin darle lo que reclama, le enseñás que es libre de expresar sus sentimientos, pero que el mundo no está a sus pies. Es lo más difícil (lo más fácil es reprimir), porque sentís que todos te miran raro, pero es lo más equilibrado. Por eso admiro a los padres que cuando los hijos se empacan con algún capricho ni les pegan ni tampoco les dan el gusto.

4. “no sé de qué hablar con los tímidos”

No hables de nada, nadie te obliga. Eso es un defecto TUYO, creer que estás obligada a hablar siempre.

5. “me irritan los hiperestimulados a quienes se exhibe con el orgullo de obras perfectas”

Eso es un problema de los adultos, no de los niños.

6. “en un vuelo entre Buenos Aires y Bariloche, una mujer y su beba viajaban detrás de mí. Cuando recliné mi butaca, la mujer me advirtió:...”

Era TU trabajo contestarle lo siguiente:

“no es mi problema, poné a tu hijo en su asiento, yo en mi asiento hago lo que quiero porque para eso lo pagué, en todo caso recliná tu asiento vos también y el espacio que queda entre asientos seguirá siendo el mismo”,

si sos cobarde asumilo sin repartir culpas a los demás como si fueras una de esas viejas fachas que llaman a la radio para quejarse del pelo largo de los adolescentes. Y, otra vez, el problema no es del niño sino del adulto, y un adulto irrespetuoso te molesta con su hijo o con la música a todo volumen o con lo que sea, el problema no es el niño. Lo mismo rige para cuando hizo saltar a la nena en el asiento, tal vez ni se dio cuenta de la vibración que causaba, era TU trabajo decirle que lo que hacía te molestaba y que no lo hiciera más. Cualquiera de nosotros puede molestar sin darse cuenta, ¿nunca te pasó a vos que alguien te reclamara por una molestia que le estabas causando sin darte cuenta?

7. “El mundo está repleto de madres así: hembras prepotentes cuyos hijos son -deben ser- hijos de todos.”

Similar al punto anterior, también hay cientos de adultos prepotentes que creen que todos los vecinos tienen que escuchar la cumbia villera* que les gusta a ellos, insisto, el problema de fondo no es la niñez.

8. “Hembras que saben que, para un adulto, no hay nada más impune que un niño ajeno.”

¿no sos un poco paranoica? No, en realidad sos cobarde y eso te hace creer que todo el mundo es como vos. Te informo, yo que soy padre, que hay gente no cobarde que cuando mi hijo molesta me lo hace saber (la gran mayoría de las veces de buenas maneras, aunque a veces de malas) y eso hace que yo no sienta ninguna clase de impunidad sino más bien todo lo contrario.

9. “Las calles... están repletas de escenas...de... madres que caminan apuradas tironeando de un pequeño... que solloza porque no han querido comprarle la Cajita Feliz”

Y lo bien que hacen, ese niño cuando sea adulto va saber reclamar sus derechos sin pedantería y sin miedo. Va a ser una persona segura de si misma, porque sabe que nadie lo va a hacer sufrir, pero tampoco nadie lo va a consentir.

10. “padres divorciados que deambulan aburridos con un hijo en cada mano,”

Eso es un problema de los adultos, no de los niños.

11. “adultos estresados porque el dinero no alcanza”

El dinero nunca alcanza, hay
que aprender a convivir con eso.

12. “corean al héroe y abuchean al villano, inoculados con el virus que reza que el mundo es así -bipolar, blanco y negro”

Eso es un problema de los adultos, no de los niños.

13. “Pero nadie habla de los niños perversos, pusilánimes, violentos, sibilinos.”

Ni de donde sacaron el ejemplo para ser así...

14. “Nadie habla, tampoco, de los padres funestos. Hay estadísticas que enhebran niños golpeados, torturados, abusados, prostituidos, alquilados, quemados, rotos, obligados a trabajar y a tener sexo con su padre, su madre y otros adultos de la casa.”

No salen todos los días en las tapas de los diarios, pero hay miles de ONGs y personas particulares que trabajan a destajo en estos temas.

15. “Nadie ve allí -en humillar, gritar o exigir obediencia absoluta- abuso de autoridad.”

No te creas.

16. “los mandan a dormir cuando les viene en gana”

O cuando ya nos estamos desmayando de sueño. Sabés qué, me parece que sos un poco infantil y que te falta darte cuenta de que los padres no somos máquinas. Aparte, antes te quejabas de los chicos caprichosos, pero ahora resulta que se tienen que acostar cuando ellos quieren, ¿en qué quedamos?

17. “eligen a sus amigos”

Lamentablemente, los niños aprenden del ejemplo y yo no quiero que mi hijo aprenda de algunos niños mal educados por sus padres. Y te cuento un ejemplo para que entiendas de que se trata: si un niño vive entre niños entre los cuales es “lo normal” utilizar la violencia para conseguir objetivos, el día que sea adulto (donde la violencia no sirve para nada, al menos para las personas que no somos poderosos) va a tener una frustración cada vez que tenga que reclamar por algún derecho legítimo que se le esté vulnerando, porque no va a saber reclamar sin ser violento. Creo que eso mismo es lo que te impidió a vos reclamarle a la chica del avión. Yo me hice conciente de esto porque me daba cuenta de que mis compañeros de trabajo cuando ascendían en responsabilidades para ellos el pedido de aumento se daba naturalmente mientras que yo siempre me peleaba (con los mismos jefes con los que mis compañeros no se peleaban) y siempre mis aumentos eran menores que los del resto, hasta que me hicieron a favor de abrirme los ojos con la forma violenta que yo tenía de reclamar y mi sueldo se puso a tiro con el de mis compañeros. “Casualmente”, cuando yo era chico, mis “amigos” eran todos violentos. Ahí tenés la importancia de los amigos de tus hijos, la cuestión no es tan fácil como parece. Si dejás a tu hijo aprender de cualquiera le podés estar arruinando seriamente su futuro. Esta clase de “formas de interacción humana” que se aprenden en la niñez también condicionan las relaciones de pareja, con los familiares, con los amigos, etc . Mis relaciones humanas mejoraron mucho desde que mi di cuenta de lo violento que era, y todavía me falta pulir muchos detalles, y es muy difícil. Tu enfoque es demasiado simple, es un enfoque muy “blanco/negro” como las películas que criticabas en párrafos anteriores.

18. “ser niño es estar, siempre, al final de la cadena alimenticia.”

Creo que poder vivir sin trabajar no es precisamente “estar al final de la cadena alimenticia”, cada edad tiene sus pro y sus contras.

19. “La infancia es muchas cosas pero es, sobre todo, un tiempo en el que no se pueden elegir los riesgos.”

¡Menos mal! Si me hubiesen dejado elegir en aquellos días hoy estaría muerto. Seamos serios, por favor. Un niño no tiene conciencia del peligro, no “elige” porque no conoce realmente las opciones. Para un niño cualquier extraño que le da caramelos es una buena persona (¿cómo no va a ser una buena persona si me da cosas que me gustan?)

20. “Yo no tenía más de once años cuando una noche regresé a casa demasiado -demasiado- tarde, la cara manchada de barro y de placer, toda sonrisas.”

Es lamentable que aun no hayas hecho una re-evaluación de estos hechos, seguís pensando como una niña (tanto que te quejás...). Te lo explico de una manera didáctica: cuando una persona TE QUIERE se preocupa (SUFRE, ¿SE ENTIENDE?) por vos. Sea tu padre, tu esposo, tu amigo. A los ONCE años se espera que comprendas eso. A vos no te retaron por haberte ido, te retaron por no haber avisado y haber hecho SUFRIR a tus familiares que ante lo inusual de que vos no aparecieses por tu casa como todos los días, lo primero que pensaron es que te había pasado algo malo. Que tus padres no hayan sabido discernir que lo que los hizo sufrir no fue tu salida sino el no avisar, es algo NORMAL porque tus padres NO SON PERFECTOS. Ya hace varios años que estás en edad de darte cuenta de que los movió a retarte no fue el odio sino el AMOR que te tienen.

*Cumbia villera: música rioplatense caracterizada por sus letras que exaltan la droga, la delincuencia, la vagancia, etc.